Una explicación a modo de ensayo
A lo largo de este artículo podemos encontrar de forma breve las principales causas que nos han hecho desligarnos de nuestro entorno natural. Las relaciones entre nuestros mitos y nuestro sistema económico han desembocado en que la sociedad occidental pierda por completo su sentido ecológico. Desde la antropología tratamos de hacer una reflexión sobre la relaciones entre sostenibilidad y consumo. Un ejercicio que consideramos obligado dada nuestra profesión y tras la irrupción del COVID-19.
1. El Señor de los Animales
En la península de Yucatán, en el estado de Quintana Roo existe una comunidad maya cuyo sistema económico aún en parte se basa en la caza y la recolección. Sólo con hablar de caza y recolección podrían pensar que estoy hablando de una sociedad que vive en la selva o en el monte y que se sustenta con los recursos de su entorno. Y efectivamente, nada más lejos.
Al margen de que algunos darwinistas pudieran calificarlos como primitivos, estos hombres y mujeres pueden darnos lecciones a todos los que formamos parte de la todopoderosa e industrializada sociedad occidental, esa que está considerada como un best practice en términos evolutivos.
Porque esta pequeña comunidad ha conseguido mantener una consciencia ecológica tan sólida que mantienen como costumbre un tradicional ritual maya de caza llamado Loojil Ts’oon (Ceremonia de la Carabina) (Didac Santos Fita, 2016).
El Loojil Ts’oon consiste en devolver al monte las mandíbulas de los animales cazados que se van guardando después de servir de alimento. El ritual representa una forma de pedirle permiso al bosque, dirigiéndose al Señor de los Animales que habita en él (ser mitológico propio de esta cultura), para que éste renueve el ciclo de caza devolviéndole la vida a los animales cazados y así los mayas puedan seguir abastecidos.
Para los mayas el ritual sirve de conservación y renovación de recursos, no sólo por creer en las cosas buenas que les pasarán al hacerlo, sino también por las malas que con seguridad les ocurrirán de no hacerlo. La posibilidad del castigo, por lo tanto, existe. Si algún cazador no realiza este ritual cuando toca podría ser atacado por serpientes o sentirse perseguido a cada instante.
Para los mayas yucatecos la selva o el monte son lugares sagrados y es la propia naturaleza la que les permite cazar y por lo tanto subsistir. Esta es la premisa básica sobre la que se construye el Loojil Ts’oon.
Los mayas yucatecos muestran en este ritual sus creencias y nos dejan entrever sus miedos además de su forma de mantenimiento del orden. Al creer que su futuro depende directamente de los recursos más inmediatos tienen miedo de que un día, el bosque no tenga animales para ellos. Incluso sienten que lo que están cazando en realidad no les pertenece. Por lo tanto, en agradecimiento a la vez que en disculpa al bosque, devuelven lo que han tomado.
Esta es su forma de sentirse legitimados para cazar y de ejercer así un control tan ilusorio como real en el entorno, ya que la creencia de castigo funciona como gobierno, evitando el caos, y sin que sea necesario contar con la gestión institucional de un estado que vele por la sostenibilidad del entorno. Es el propio cazador el que autorregula su actividad, consiguiendo el equilibrio ecológico sin medidas gubernamentales, ni objetivos de desarrollo sostenible, ni planes de acción, ni crisis sanitarias.
2. Los Señores del Mundo
Todas las personas hacemos referencia a nuestros mitos de forma consciente o inconsciente en nuestras vidas diarias ya que a través de los mitos y creencias reproducimos los valores y las normas de nuestra sociedad.
Estos mayas yucatecos, aunque fueron fuertemente influenciados por la religión católica –las ofrendas comprendidas en la ceremonia se realizan a una mezcla de divinidades mayas y católicas- , han conseguido conservar parte de su religión más primitiva y de base animista, la cual se encuentra arraigada en la profunda creencia de que el ser humano no puede vivir sin entablar y mantener asociaciones entre los objetos y elementos de la naturaleza. Para ellos el ser humano ocupa un lugar en el entorno igual que las demás criaturas.
La mitología dominante en occidente, mayormente configurada por el cristianismo en sus diversas vertientes, se opone diametralmente a esta creencia y nos posiciona como beneficiarios directos del entorno.
Sin ánimo de entrar a valorar el origen del capitalismo y centrándonos en el mito cristiano, todos estaríamos de acuerdo en que visto lo visto, Dios nos entregó el paraíso y ya luego nosotros hicimos el resto. Y este resto ya es parte de la realidad y no del mito. Ese resto es nuestra evolución histórica material, a lo largo de la cual nos autoproclamamos dueños y señores del mundo desde que tuvimos las herramientas necesarias que nos permitieron especular con nuestra propia sensación de dominio.
Simone de Beauvoir en su obra feminista El Segundo Sexo (2017) explica la supremacía del hombre sobre el mundo -entendido como especie a la vez que como género- desde la perspectiva del materialismo histórico que se desarrolló en la segunda mitad del S.XIX:
“La teoría del materialismo histórico ha puesto de relieve verdades muy importantes. La humanidad no es una especie animal (…) no sufre pasivamente la presencia de la naturaleza, la asume”.
Y es que “mientras el individuo no cuente con medios prácticos” éste “se siente perdido en la naturaleza y en la sociedad, pasivo, amenazado, juguete de fuerzas oscuras; sólo al identificarse con el clan en su totalidad se atreve a concebirse: el tótem, el mana, la tierra son realidades colectivas”.
Sin embargo tras haber heredado la tierra, es en el momento de descubrir el bronce cuando el hombre “se descubre como creador”. “Al dominar la naturaleza ya no tiene miedo de ella”. Y nos autorealizamos y nos percibimos en nuestra propia individualidad que es a su vez la primera piedra sobre la que se funda la ambición.
Nuestra cultura ha sido capaz de diseñar una ilusión de poder de tal magnitud y eficacia que hasta llegamos a la conclusión de que ya no nos hacía falta ni Dios, y nos deshicimos de él. Y con él desapareció también cualquier remota posibilidad de que algo se nos pudiera ir de las manos. Necesitamos desacralizar, desencantar, librar de castigo moral nuestras acciones sobre el entorno porque sólo así éste puede ser sometido a nuestros intereses.
El sociólogo alemán Max Weber en su obra fundamental La ética protestante y el espíritu del capitalismo, en 1905 escribió sobre este ‘desencantamiento’ del mundo a causa de la irrupción del capitalismo y desde la óptica del materialismo histórico. “No hay fuerzas misteriosas incalculables (como se cita en Josephone, 2019, Aeon Essays)”. El medio donde habitamos es cuanto menos susceptible de ser conocido, predecido, manipulado. Por la razón de que en un mundo desprovisto de mitos que expliquen la existencia de fuerzas sobrenaturales, todo se convierte en entendible, domesticable, sin que sea necesario el conseguirlo para creerlo. Por lo que sustituimos nuestro viejo Edén por el mundo moderno donde el ser humano es el centro y el universo se presenta muerto y sin identidad:
“Weber said (…) that ‘there are no mysterious incalculable forces’ in nature; the natural world is – at least in principle – knowable, predictable, and manipulable. In a disenchanted world, everything becomes understandable and tameable, even if it is not yet understood and tamed. Instead of the ‘great enchanted garden’ of the late medieval world – an Edenic state guided by divine inspiration – Weber saw the early modern world as human-centred, and the universe as dead and impersonal” (Josephon, 2019).
3. La Pandemia Global
Proclamándonos como seres autónomos e individuales difícilmente podemos acceder a creer que el mundo pueda funcionar sin nosotros. Para nosotros no existen ni bosques, ni animales, ni mares, ni océanos ni selvas sagradas, porque ello significaría admitir la posibilidad de que éstos pudieran castigarnos. Como mucho podrá haber erupciones volcánicas, terremotos y si apuramos, combinación de terremoto y maremoto. Pero son fenómenos concretos, aislados, estacionales, medibles y cuantificables que nacen, se reproducen y mueren.
En tanto que hemos eliminado a Dios, nuestro sistema de creencias ahora es el mismo que nuestro sistema económico. El filósofo español Santiago Alba Rico (2020) lo expresa mucho mejor de lo que yo podría hacerlo. Según él, nos hemos “desecho de Dios” y lo hemos sustituido por las estructuras de hiperconsumo, “que asegura una inmanencia mucho más confortable”. Lo que nos hace olvidarnos completamente de que el mundo, el planeta o el universo pueden funcionar y de hecho funciona perfectamente sin nosotros:
“(…) la tecnología, el consumo, los avances médicos han generado en Occidente una ilusión de inmortalidad incompatible con la independencia del mundo. Con nuestra cámara digital la buscamos ansiosamente al tiempo que ansiosamente la negamos, prolongando tanto su ausencia como la nostalgia de ella. La buscamos y la negamos, en los intersticios de la tecnología, a través del sexo intenso y soluble sin compromiso. La buscamos y la negamos en la droga, en el deporte onanista, en el ruralismo dominical. Nunca una sociedad humana ha vivido más fuera del mundo que la nuestra”. (Alba, 2020)
Nuestras vidas normales son totalmente irreales porque hemos eliminado de ellas cualquier resquicio de realidad colectiva que pudiera quedarnos. Y esto lleva ocurriendo en el mundo entero durante años. Ahora estamos impresionados porque una pandemia ha provocado un confinamiento de gran parte del planeta conjuntamente y al mismo tiempo.
Estando confinados nos hemos dado cuenta de la auténtica realidad y ello debe llevarnos a cuestionar nuestra propia normalidad de antes (y la nueva). El confinamiento puso de manifiesto que el sacrificio individual de quedarse en casa tenía un beneficio doble:no sólo se salvaron vidas, sino que se estaba salvando el planeta.
¿Podrá esto hacernos conscientes de una vez de que lo individual somete a lo colectivo y configurar por fin una consciencia colectiva real, tan necesaria para recobrar la salud tanto nuestra como del planeta?
4. Planeta caliente, economía congelada.
El 28 de marzo de 2020 apareció un titular en la edición española digital de El País donde se leía: “El reto de congelar la economía”. En él, diversos profesionales con reputadas trayectorias hablaban sobre el impacto económico de la crisis sanitaria así como de las posibles acciones para minimizarlo.
Ante la pregunta de si era posible congelar la economía, Ricardo Reis, economista de la London School of Economics respondía que era posible “aunque muy complicado. Y depende de cuánto tiempo: si el cierre total se extiende, será catastrófico; si son solo unas pocas semanas o meses, podremos esquivar el desastre… Para eso es necesario evitar que desaparezcan empresas y puestos de trabajo”.
Sung Won Sohn, presidente de la consultora SS Economics y profesor de la Universidad de Loyola Marymount preveía que ‘el objetivo seguirá siendo algo tan simple de decir y tan difícil de lograr como esquivar una hecatombe en forma de avalancha de quiebras y despidos permanentes’.
Nacho Fariza periodista económico de El País y autor de la noticia afirmaba que ‘la mayoría de países europeos y EE UU sí se han puesto ya manos a la obra, vetando los despidos indefinidos y apostando por fórmulas temporales en las que el erario cubre una parte sustancial del salario o tirando millonarios salvavidas de liquidez a empresas’
Mohamed El-Erian, jefe de asesoría económica de Allianz y expresidente del Consejo de Desarrollo Global de EE UU con Barack Obam también defiende que “es alentador el papel de los Estados y de los bancos centrales, moviéndose rápido y adoptando medidas de emergencia”.
¿Por qué no nos hemos puesto a trabajar así ante la emergencia climática? ¿Por qué no hicimos caso a los científicos y ahora les estamos suplicando? ¿Por qué no exigimos la colaboración público-privada más allá de la que se lleva a cabo para maximizar beneficios a costa de empobrecernos aún más?
El discurso político-económico que surge en períodos de crisis busca tranquilizar al ciudadano, prometiéndole que todo podrá volver a ser como antes. Es la gestión de la espera. Pura experiencia de usuario. Nos tranquiliza ver que hay gente que ya está manos a la obra, trabajando para minimizar el impacto y las pérdidas. Es igual que cuando nos descargamos una aplicación, o instalamos una actualización o simplemente estamos esperando el metro. Hay barras de progreso y contadores. Y sólo viéndolos, nos relajamos. Sabemos que hay alguien esforzándose en hacernos llegar lo que hemos pedido. Si no viéramos esos diseños work in progress nos volveríamos locos y enseguida creeríamos que el producto o servicio no funciona y exigiríamos su devolución.
En 2015, la ONU anunció la Agenda para 2030 y los objetivos de desarrollo sostenible. Un programa internacional para que ya en 2030 viviéramos en un mundo sostenible. En dicho programa se establecen 17 objetivos principales en diferentes materias para lograr ese mundo tan deseado, a su vez con subobjetivos. En esta iniciativa el concepto sostenibilidad no remite sólo a cuestiones medioambientales, sino que se extiende a acabar con la pobreza, el hambre o la falta de recursos energéticos en regiones más necesitadas. Así a cada país se le atribuyen una serie de tareas a llevar a cabo de cara a la fecha final establecida. En el caso de España, se adhirió a esta iniciativa como país en el año 2018, formando para ello una Alta Comisión. Posteriormente ya en el gobierno electo, se ha conformado un ministerio: Ministerio de derechos sociales y Agenda 2030. A su vez, miles de empresas, tanto nacionales como internacionales están abanderando el haberse comprometido a cumplir los objetivos establecidos. Porque como bien se dice, ‘la Agenda 2030 es cosa de todos’.
La agenda 2030 es la manera que han tenido las organizaciones mundiales de decirnos: ‘tranquilos, estamos trabajando’.Como decíamos antes, gestión de la espera. Experiencia de usuario para el ciudadano. Mientras todos seguíamos con nuestras vidas, nos conformábamos con pensar que había gente que para 2030 ya tenía un plan, sabiendo que en realidad todo esto necesitaba una respuesta inmediata. Cuanto menos un equivalente político en términos de eficacia y urgencia a las medidas económicas que se han tomado y se están tomando para mitigar la crisis sanitaria provocada por el coronavirus.
Esta barra de progreso que iba desde 2015 a 2030 sumada a nuestra inmanencia provocada por la destrucción de realidades colectivas, nos ha sumergido en la falsa seguridad de los automatismos de nuestro día a día, donde lo damos todo por sentado y esperamos que todo funcione perfectamente.
Es evidente que los estados de alarma con sus consiguientes confinamientos ha sido la acción política más efectiva a la vez que fortuita hasta ahora para luchar contra la crisis climática. Mientras esto no llegaba, hemos estado pagando convenciones y cumbres a nuestros dirigentes durante años para que mantengan de manera formal la misma conversación que tengo yo con mi vecino cuando me lo encuentro en el ascensor, en la que él exclama el frío que ha venido de repente y yo le contesto diciéndole que efectivamente, el tiempo está loco.
El tiempo que “hemos perdido” confinados ha sido tiempo ganado para el planeta. Sus breves indicios de recuperación han sido inversamente proporcionales a nuestra enfermedad. Pero esa curva no aparecía en las noticias. No hemos construído el pico de la curva para establecer un agravio comparativo de nuestra propia condición de seres humanos y darnos cuenta que nuestra clausura tiene efectos positivos e inmediatos en la recuperación del planeta así como nuestra libertad la perjudica. No hemos contado uno por uno los animales muertos por la falta de hábitats , ni hemos hecho ránkings por países de zonas desérticas, sin agua o incendiadas, ni ocupado portadas durante meses utilizando el miedo como estrategia de marketing. A más tuvieron que venir los más jóvenes exigiendo su propio futuro, quienes también luego fueron politizados. Nosotros, como colectividad no demandamos ningún tipo de medida. No acudimos a papá estado a exigir pactos con las empresas. Ni hubo decreto ley.
De la comparación se saca el valor y en comparación, la crisis climática no ha constituido ningún tipo de alarma para nosotros. Que arda y que se derritan los polos nos da igual siempre que nos quede suficiente hielo para congelar la economía.
5. Indulto, Curación y Perdón
El deseo de volver al punto de reiniciar nuestras vidas tal y como estaban es tan legítimo como peligroso.
En este periodo de confinamiento y distancias sociales, hemos conseguido más que años de propuestas y debates. En contraprestación se ha vaticinado la mayor crisis económica de la historia de la humanidad sólo comparables a épocas de guerras ¿Qué sistema hemos diseñado que ni siquiera en una situación extrema de necesidad vital –literalmente- es capaz de aguantar tres meses sin actividad?
Si al principio mencionamos que no era necesario ser antropólogo para apreciar las enseñanzas que los mayas yucatecos pueden ofrecernos, ahora tampoco es necesario ser economista para darnos cuenta de que volver al punto de partida sería un error. Como también lo sería el seguir dotando de sesgo ideológico el discurso de la defensa de unos sistemas de producción basados en el equilibrio ecológico. Ya hemos conseguido ponernos de acuerdo en la adopción de medidas de emergencia así como en las prórrogas de los estados de alarma, porque no se trata de cuestiones ideológicas, sino empíricas, que vienen a satisfacer una necesidad obvia, tangible y evidente.
Es esperanzador ver cómo incluso sectores neoliberales y medios que se deben al capital ya están proponiendo una reflexión que vaya más allá de sumarse a los objetivos de desarrollo sostenible o de armar un discurso verde para poder seguir escondiendo la basura debajo de la alfombra.
‘La frustración y el descontento social generalizado y las cada vez más visibles e incontenibles consecuencias del deterioro ecológico y climático han permitido el levantamiento de algunas voces críticas dentro del propio sistema que, para salvarlo, hablan de la necesidad de “reiniciar” y de “reinventar” el capitalismo’ Noelia Sánchez Cruzado en El Salto Diario.
También el Finacial Times todavía en septiembre de 2019, expresó la necesidad del reset capitalista. ‘Capitalism. Time for reset. This is the new agenda’. El discurso articulado trataba de poner de relieve que ya no era suficiente con el cuánto sin que importe el cómo. Cambiar la forma es una necesidad: ” el beneficio para los accionistas es necesario pero no suficiente para gestionar las empresas” podemos leer en un artículo de El Periódico referido a este hecho.
La persona que escribe estas letras trabaja actualmente en la industria publicitaria. Sin intención alguna de hablar de mí persona pero con la honestidad necesaria para reconocer que mi profesión (en su vertiente capitalista más agresiva y neoliberal) no le ha hecho ningún bien al planeta , siento que debo mencionar este dato.
También este dato me hace un mejor conocedor de ciertas dinámicas del mercado, de las marcas y de las personas como consumidores, si bien es cierto que todos de alguna u otra forma estamos dentro del sistema y conservamos esa porción del delito que siempre se le reserva a los cómplices.
La publicidad, como herramienta de comunicación, ha funcionado como motor intangible del capitalismo, generando un deseo insatisfecho de consumo y contribuyendo por lo tanto a perpetuar la generación de basura.
Como publicista quiero remarcar algo que he mencionado de forma implícita durante este epígrafe, y es aquello de que hemos convertido la sostenibilidad en un activo capitalista (de mercado). Como consumidores nos hace sentirnos bien, ya que disuelve la disonancia que puede provocarnos a estas alturas comprar productos que contengan un exceso de plástico, por ejemplo. Son soluciones cortoplacistas, pero no son las soluciones que debemos tomar como definitivas. Esto es, no debemos dejar que desde el corporativismo se nos empodere como consumidores aludiendo a que con nuestras decisiones de compra podemos cambiar el mundo.
Martin Wiegel, director de planificación estratégica de la agencia multinacional independiente Wieden&Kenedy, nos avisa de forma tajante del peligro de este discurso que cae en cascada desde lo alto de las grandes corporaciones hacia el terreno del consumo. No podemos equiparar votar con comprar. Con nuestras decisiones de compra basadas en alternativas sostenibles no se cambia el mundo ni se solucionan los problemas. No debemos dejar que el consumismo ético, pero consumismo al fin y al cabo, nos distraiga de exigir cambios reales en la forma en que vivimos. Las soluciones vendrán de pedir la acción política a los poderes correspondientes. Comprar no es un acto de democracia.
“Buying is like voting, the rhetoric goes – through ethical/green/low-impact purchase decisions, consumers can reengineer markets, reward, encourage and promote the practices of the virtuous corporation, penalise those of the not-so-virtuous corporation, and further the issues and values that matter to them’ (…) the ideology of ethical consumerism as the key lever for transforming society depoliticises change, distracting us from confronting the cold reality that effecting fundamental change in how we live is a matter of power and politics, not just going to the right shops and buying the right things”.
Martin Wiegel, Chief Strategy Officer Wieden & Kenedy Amsterdam
Como ya hemos señalado, todos como personas individuales debemos reflexionar sobre qué mundo queremos y de ahí vendrá la transformación colectiva. Pero ello no es óbice para que debamos elegir a nuestros líderes y exigirles las mismas actuaciones que les estamos exigiendo durante el estado de alarma: que consulten a expertos antes de actuar y que pacten con el sector privado.
Es decir, que si tomamos como ejemplo las actuaciones de los gobiernos actuales, y dejamos a un lado las opiniones personales, nos daremos cuenta de que las crisis se solucionan con acciones políticas antes que con acciones económicas. Es en la acción política donde podemos recuperar el sentido de la democracia, de lo público, y desde donde podemos resucitar nuestras realidades colectivas.
A diferencia de los mayas yucatecos, ya la sociedad occidental no tiene capacidad de autorregulación ni de autogobierno, porque ya no creemos en los castigos morales ni en las supersticiones, por mucho que esta pandemia pueda parecerlo. Pero tenemos una herramienta sin estrenar que igual es hora de desempolvarla. Se llama democracia y sirve para hacer política.
*Este artículo fue originalmente publicado en “Ensayos desconfinados. Ideas de debate para la post pandemia” (2020) AnthropiQa.
- Santos, D. (19 de junio de 2018) Documental Loojil Ts’oon – Ceremonia de la Carabina. Recuperado de http://www.youtube.com
- De Beauvoir, S. (2019) El Segundo Sexo, Madrid: Ediciones Cátedra.
- Josephone, J. (25 de junio de 2019). Against Disenchantment. Aeon Essays. Recuperado de http://www.aeon.co
- Alba Rico, S. (17 de marzo de 2020) ¿Esto nos está pasando realmente? El Diario.es. Recuperado de http://www.eldiario.es Fariza, N. (28 de marzo de 2020).
- Cerrillo, A. El reto de congelar la economía. El País. Recuperado de http://www.elpais.com (1 de abril de 2020)
- La vida de los océanos puede recuperarse en 30 años. La Vanguardia. Recuperado de https://www.lavanguardia.com
- Wiegel, M. (14 de enero de 2020) All Watched By Corporations Of Loving Grace? It’s Time We Punctured The Feverish Toxic Dream. Martin Wiegel Canalside view. Recuperado de https://www.martinwiegel.org
Sobre el autor:
Vicente Gallego es planificador estratégico independiente con background de agencia creativa. Cursa estudios en Antropología social y cultural, una disciplina que considera cada día más necesaria y que da sentido a la experiencia obtenida durante su carrera profesional.